El cielo: ¿nuestra ventana hacia el pasado?

Por

por Néstor Espinoza*

La luz tiene una velocidad finita. Como consecuencia, al mirar el cielo de noche en realidad estamos mirando como eran las estrellas de nuestra galaxia hace varios, desde solo unos cuántos hasta cientos de miles de años atrás; ¿significa esto que, quizá, esas estrellas en realidad ya no están allí?

El auto más rápido jamás construido, el Bugatti Chiron, recorre 464 kilómetros en una hora. Un chiste. Con una velocidad de trescientos mil (300.000) kilómetros por segundo, la luz le sacaría la ventaja en menos de un segundo: mientras el Bugatti Chiron avanza 129 metros en un segundo, ganándole sin duda los 100 metros planos a Usain Bolt (el que recorre 100 metros en 9.58 segundos), la luz daría nada más ni nada menos que siete vueltas y media a nuestro planeta en ese mismo tiempo. De hecho, a la luz le tomaría solo un segundo en llegar a la Luna y 8 minutos en llegar a la superficie del Sol. Así de inmensa es la velocidad de la luz: inalcanzable. “Poderosa”. Pero finita.

Que la velocidad de la luz sea finita es un hecho muy importante. Quiere decir que, por ejemplo, como la luz del Sol demora ocho minutos en llegar a nuestros ojos, nosotros vemos la luz de nuestra estrella madre como era, en realidad, hace ocho minutos atrás. De la misma forma, al mirar las estrellas en el cielo nocturno estamos ante un evento astronómico impresionante: estamos observando las estrellas tal y cual eran hace unos cuantos cientos, miles o (si se tiene muy buen ojo), cientos de miles de años atrás. Este hecho, que no deja de ser bastante impresionante, ha llevado a mucha gente a pensar que, quizá, las estrellas que estamos viendo en realidad ya murieron; quizá estamos observando los últimos rayitos de luz que la estrella alcanzó a producir antes de que su vida llegara a su fin. Mi respuesta a esta pregunta casi siempre sorprende a la gente tanto como el hecho de que podamos mirar al pasado viendo hacia el cielo: no, muy probablemente esa estrella aún no ha muerto.

“¿Cómo puedes estar tan seguro?”, me preguntan usualmente. Pues bien, la razón es simple si consideramos la larga (¿y plena?) vida típica de una estrella. Una estrella como nuestro Sol, por ejemplo, que es bastante común en nuestra galaxia (aunque no el tipo más común de estrella) vive del orden de 10 mil millones de años. Nuestro Sol hoy tiene algo asi como 5 mil millones de años: es decir, está como a la mitad de su vida. Como consecuencia, si nos fueramos de vacaciones por 10.000 años a otra estrella, por ejemplo, al volver el Sol quizá nos hubiese echado un poco de menos, pero definitivamente no nos hubiésemos perdimos mucho de su vida. 10.000 años es algo asi como un 0.1% de la vida del Sol: si lo convertimos a una vida humana (que típicamente dura hasta los 90 años), es como si nos fuéramos 1 mes al extranjero y volvieramos a visitar a nuestros amigos y familiares. Es muy probable que nada muy radical pase en ese mes. Con las estrellas es la misma historia: la gran mayoría de las estrellas que vemos en el cielo nocturno a ojo desnudo están relativamente “cerca”, y las vemos como estaban hace miles de años atrás. Hace no mucho, si consideramos lo larga de la vida de una estrella típica.

Con telescopios, la historia cambia, por supuesto. Gracias a los telescopios e instrumentos tanto terrestres como espaciales podemos recibir luz de galaxias “muy, muy lejanas”; tan lejanas que podemos ver como eran estas hace miles de millones de años atrás, tiempos que son comparables a la vida de las estrellas en esas galaxias. Es esa posibilidad, abierta gracias a la capacidad tecnológica del ser humano, la que realmente nos abre las puertas del tiempo, dejándonos ver como era el universo en su infancia. Y como todo infante, ¡vaya que nos ha dado sorpresas!

*Néstor Espinoza – Astrónomo (PUC), Candidato a Doctor en Astrofísica (PUC) e Investigador del Instituto Milenio de Astrofísica (MAS) – @nespinozap

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