Lo improbable existe: el caso de la casa “embrujada” de Puerto Montt

Por

por Néstor Espinoza*

El viento mueve una hoja de papel. La hoja pasa a llevar una taza, la que estaba a la orilla de la mesa. El ángulo con el cual la hoja le pega a la taza es tal, que esto hace que la taza se caiga, derramando todo el té que ésta contenía en el suelo. Un niño sentado en un sillón frente a la mesa relata esto a su tío; – “Imposible” – le dice el tío – “es evidente que fue un fantasma”.

Históricamente, el ser humano le ha atribuido a sucesos para los que no tiene explicación a “algo más”; a algún (o varios) Dios(es), a “espíritus”, o a personas con poderes más complejos de los que cualquier ser humano usualmente tiene. En general, la/el culpable tiene que ser algo superior al ser humano, por el simple hecho de que un grupo de personas no es capaz de encontrar una explicación razonable a un grupo de fenómenos. “Sí, no sé, debe ser algo superior a mí; es la única explicación”. Un poco ególatra, ¿no? Eso es lo que sucede, en general, con los llamados “eventos paranormales”. Digámoslo con todas sus letras: a la fecha, no existe ningún evento “paranormal” que no tenga alguna posible hipótesis con una explicación razonable. Hay hipótesis improbables, sí; pero existiendo un número de lugares tan grande en el mundo, la Ley de los Grandes Números casi nos asegura que lo improbable eventualmente va a aparecer. Claro que es extraño e improbable morir del impacto de un rayo en una tormenta eléctrica en un año dado (1 en 2 millones, o 0.00005%), pero anualmente mueren decenas de miles de personas por esta causa: esto es debido a que el número de personas en el mundo es tan grande, que lo improbable es casi certero de suceder. Quizá no a ti o a mí, pero a alguien en el mundo. Es claro, entonces, que lo improbable puede suceder; la gran pregunta es otra: ¿por qué la gente prefiere la explicación de lo prácticamente imposible, lo “paranormal”, a explicaciones razonables, por muy improbables que sean? Yo creo que la respuesta es simple: la mayoría de la gente necesita creer que existe algo más allá de lo conocido, y eso la hace cegarse ante esa posibilidad. Quiere creer que fue algo más y, simplemente, lo atribuye a ese suceso debido a ese deseo.

Creo que un gran ejemplo de lo anterior apareció este 2 de Marzo, en el noticiario central de TVN. Un periodista se encontraba dentro de la “casa embrujada” de Puerto Montt y escuchó un ruido en una de las ventanas (cubierta con maderas). Este atribuyó inmediatamente el ruido a algo “paranormal”, incluso ante la explicación del mismo dueño de casa que le comentaba que era usual que la gente tirara piedras desde afuera de la casa a las ventanas para provocar sonidos. Aún así, el susto y las ganas de creer del periodista le impedían, evidentemente, convencerse de esta razonable explicación: él quería creer que en realidad había presenciado uno de los eventos de los que tanto había escuchado.

Creerse este tipo de historias y no darse cuenta de este sesgo es grave. Usar este tipo de artimañas para hacernos creer lo imposible por sobre lo improbable son técnicas que usan grandes artistas en el área, como Salfate, Pedro Engel o los mal-llamados “predictores de terremotos”, que no solo generan y distribuyen toneladas de mala información, sino que muchas veces incluso generan pánico, lucrando con las creencias de la gente en base a ninguna evidencia, haciéndonos creer que esta última de hecho existe. No me malinterpreten: todos somos libres de creer en lo que nos plazca. Pero no intentemos engañar a la gente con que existe evidencia para nuestras creencias. La fe es algo muy personal y, por lo mismo, es llamada fe. Es algo subjetivo y, por tanto, no sujeta al testeo del rigor científico. Eso no significa que sean antagónicos: la fe y la ciencia pueden ir juntas sin ningún problema, siempre y cuando no hagamos pasar una por la otra.

*Néstor Espinoza – Astrónomo (PUC), Candidato a Doctor en Astrofísica (PUC) e Investigador del Instituto Milenio de Astrofísica (MAS) – twitter @nespinozap

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