El lado oscuro de los viajes al espacio: podrían producir cambios permanentes en el cerebro de los astronautas

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Que una nueva era espacial, sobre todo en lo que a exploración humana se refiere, ha llegado para quedarse, es un hecho: la reconquista de la Luna está en camino (el Programa Artemis de la NASA quiere enviar a una nueva generación de astronautas a partir de 2025 y crear bases permanentes; igual que China, quien ha manifestado su intención de que sus ‘taikonautas’ pisen nuestro satélite a finales del próximo lustro). También ya se pueden vislumbrar los primeros viajes tripulados a Marte a partir de la década que viene, aparte del floreciente mercado del turismo espacial. Sin embargo, aún quedan en el aire muchos desafíos, sobre todo en lo relativo a cómo afecta el espacio a la salud humana: vivir sin gravedad, rodeados de radiación y por tiempos cada vez más largos es un ambiente muy desafiante.

Investigadores de la Universidad de Florida acaban de publicar un estudio en la revista Scientific Reports en el que analizaron los escáneres cerebrales de 30 astronautas antes y después de sus viajes espaciales. En esta información encontraron que los ventrículos del cerebro, unos órganos en los que se crea y almacena líquido cefalorraquídeo (que rodea el cerebro y la médula espinal, acolchándolos y protegiéndolos de traumatismos), además de ser los responsables de eliminar los desechos y entregar nutrientes a nuestra mente, se expandían «de forma significativa» en aquellas personas que completaron misiones más largas de seis meses. Además, estos cambios no se recuperaban por completo hasta pasados los tres años, por lo que los autores señalan que los viajes repetidos podrían significar cambios irreversibles en el cerebro de los astronautas.

Los mecanismos en el cuerpo humano distribuyen fluidos de manera efectiva por todo el cuerpo; sin embargo, en ausencia de la gravedad, el fluido se desplaza hacia arriba, empujando el cerebro dentro del cráneo y haciendo que los ventrículos se expandan. «Descubrimos que cuanto más tiempo pasaba la gente en el espacio, más grandes se volvían sus ventrículos», explica Rachael Seidler, profesora de fisiología aplicada y kinesiología en la Universidad de Florida y autora del estudio. «Muchos astronautas viajan al espacio más de una vez, y nuestro estudio muestra que los ventrículos tardan unos tres años entre vuelos en recuperarse por completo».

Seidler, miembro del Instituto Norman Fixel de Enfermedades Neurológicas de UF Health, afirma que, según los estudios realizados hasta el momento, la expansión ventricular es el cambio más duradero observado en el cerebro como resultado de los vuelos espaciales. «Todavía no sabemos con certeza cuáles son las consecuencias a largo plazo de esto en la salud y la salud conductual de los viajeros espaciales -afirma-, por lo que permitir que el cerebro se recupere parece una buena idea».

30 astronautas a examen

De los 30 astronautas estudiados, ocho viajaron en misiones de dos semanas, 18 estuvieron en misiones de seis meses, y 4 estuvieron en el espacio durante aproximadamente un año. El agrandamiento ventricular disminuyó después de seis meses, informaron los autores del estudio. «El mayor salto se produce cuando pasas de dos semanas a seis meses en el espacio», señala Seidler. «No hay un cambio medible en el volumen de los ventrículos después de solo dos semanas».

Es decir, los turistas espaciales pueden estar tranquilos: los viajes suelen durar entre unos minutos y unos días, y las consecuencias de estas estancias espaciales parecen causar pequeños cambios fisiológicos en el cerebro, según indican los autores.

En cuanto a los astronautas que permanecieron más tiempo, Seidler dice que hay una parte positiva: la expansión de los ventrículos se estabiliza después de unos seis meses. «Nos alegró ver que los cambios no aumentan exponencialmente, considerando que eventualmente tendremos personas en el espacio por períodos más largos», señala.

Fuente: abc.es

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