La dura y peligrosa realidad de una caminata espacial

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El pasado viernes 6 de noviembre, los astronautas Scott Kelly y Kjell Lindgren se aventuraron fuera de la Estación Espacial Internacional (EEI) para hacer su segunda caminata espacial en menos de dos semanas. El objetivo de la también llamada Actividad Extravehicular (o EVA, por sus siglas en inglés) es hacer –entre otras cosas– tareas de mantenimiento.

Es la caminata número 33 emprendida por estadounidenses desde que Ed White hiciera la primera en 1965, durante la misión Gemini 4. Y, aunque de caminata tiene poco, ya que para trasladarse en la microgravedad no se usan las piernas sino las manos, es una de las actividades más emocionantes para los astronautas.

Las caminatas son esenciales para mantener en orden el funcionamiento del gigantesco laboratorio que orbita a 400 kilómetros de la Tierra y también para conducir experimentos que se llevan a cabo en la parte exterior de la nave. Pero si son tan importantes y el máximo sueño de la mayoría de los astronautas, ¿por qué no se hacen con más frecuencia?

Riesgos y sacrificios

Según explica Kanelakos, entrenador de EVA de la NASA, las caminatas espaciales son extenuantes, requieren muchísimo trabajo de preparación y cualquier imprevisto puede poner en riesgo la vida del astronauta. «Es uno de los mayores desafíos para un miembro de la tripulación: es como hacer una maratón y un examen final al mismo tiempo». Exigen un gran esfuerzo mental –hay que concentrarse en la tarea que se tiene por delante– y un enorme esfuerzo físico: hay que moverse en un traje de unos 160 kilos durante por lo menos seis horas y media (el tiempo mínimo de una EVA) sin comer bocado.

Los astronautas se mantienen conectados físicamente a la estación por un cable y llevan en la espalda un dispositivo conocido como SAFER (siglas en inglés de Ayuda simplificada para rescate EVA), que les permite impulsarse de regreso hacia la estación en caso de que ocurra un accidente. Pero los riesgos son muchos. «Si un pequeño trozo de basura espacial choca contra ti puede ser peligroso y si algo se rompe en tu traje, también te puedes morir», dice Terry Virts, un astronauta de la NASA que ya ha realizado tres caminatas espaciales.

Y pese a que la duración no suele extenderse por más de ocho horas, la preparación empieza mucho tiempo antes. «El día de la caminata es una jornada muy larga. Hay que revisar todas las herramientas, chequear que el traje esté bien y luego hay que ponérselo unas cuatro horas antes», dice Kanelakos. Dentro del traje, el astronauta respira oxígeno puro durante varias horas para eliminar el nitrógeno de su cuerpo. «Es como bucear. De esta manera evitamos el dolor en las articulaciones», añade. No se puede comer pero sí beber. Cando la necesidad de deshacerse del líquido apremia, no hace falta contenerse, para ello los astronautas usan una suerte de pañal gigante a prueba de filtraciones.

Amaneceres y atardeceres

Incomodidades a un lado, para Virts, las caminatas siguen siendo unos de los momentos más preciados de su carrera. «Soy piloto de prueba, piloto de combate, he trabajado con un brazo robótico… Pero de todas las cosas que he hecho en mi vida, no hay nada como una caminata espacial. Ya no estás en una nave, estás en el espacio… es genial».

Una de las imágenes de esos momentos que más atesora Virts son los amaneceres y los atardeceres sobre el horizonte de la Tierra, que dada la velocidad a la que se desplaza la nave (27.700 Km por hora, aproximadamente) se repiten cada 45 minutos. Aunque la mayor parte del tiempo, dice, «lo que tienes frente a ti son puras herramientas». Una vez afuera, «tienes mucho menos tiempo del que piensas. Estás el 99% del tiempo haciendo cosas y solo de tanto en tanto puedes mirar alrededor», cuenta.

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Entrenamiento

Para prepararse, los astronautas practican su rutina en el Laboratorio de Flotación Neutral, una gigantesca piscina en el Centro Espacial Lyndon B. Johnson, en Houston. Bajo el agua, ni el traje ni las herramientas son tan pesadas. No obstante, hay una diferencia importante: el agua ofrece mucha resistencia. «Cuando te mueves en el agua, es muy difícil empezar un movimiento pero es fácil frenarlo. En el espacio ocurre exactamente lo opuesto», señala Kanelakos.

Cada hora de EVA requiere un entrenamiento de siete. El énfasis no está tanto en aprender a flotar sino en manipular efectivamente las más de 200 herramientas que llevan para reparar la EEI. El resto consiste en no perder la concentración, tolerar el ritmo de trabajo y las largas horas. Pero, seguramente, todos los astronautas que alguna vez han realizado una caminata espacial coinciden en que el esfuerzo vale la pena.

Fuente: BBC Mundo

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